Como casi todos los años desde que vivo en Suiza, fuimos a pasar un fin de semana a Estrasburgo. De todas nuestras tradiciones de diciembre, ésta es sin duda la que más disfrutamos Dom y yo. Estrasburgo –y en general, la región de Alsacia- es famosa por tener el mercado de Navidad más antiguo de Europa (existe desde 1570) y por haber inventado muchas de las tradiciones de Navidad que pasaron de éste a otros continentes.
Así pues, fuimos a visitar a Jean-Marie, gran amigo de infancia de Dom, a Jill, su esposa, que es escocesa y de quien desde un principio me sentí muy cercana; y a Mary y Helène, sus dos hijas. La primera vez que fuimos eran aún niñas y ahora son ya todas unas jovencitas. Los cuatro son personas adorables; su departamento es muy acogedor y está lleno de libros y de velas. Pasamos en su casa tres días en los que cocinamos, conversamos largamente y nos pusimos al día sobre nuestras vidas. Visitamos con ellos el centro de la cuidad, que es muy antiguo y que alguna vez fue alemán. Estrasburgo es un cruce de caminos y punto intermedio de esa inmensa vía fluvial que es el Rin. Los canales de Estrasburgo hacen pensar en los de Ámsterdam o en los de Venecia. En diciembre, la ciudad está de fiesta y las antiguas fachadas de entramados se iluminan y resplandecen, dando a las calles un especto mágico. Estrasburgo huele a pan de especias y a galletas de gengibre. En el mercado de Navidad se vende artesanía de madera, de vidrio, textiles, muchas velas; en fin, todo un mundo de objetos tradicionales de Navidad. La mirada no se cansa de ver los escaparates repletos de chocolates, apetitosos gugelhopf, quesos y panes diversos.
Para nosotros, sin embargo, lo mejor de estas visitas anuales no es ni la ciudad ni las ricas decoraciones de Navidad, sino la compañía de nuestros amigos. Jean-Marie, Jill y sus dos hijas, que hablan en francés con papá y en inglés con mamá, saben crear y compartir generosamente el espíritu de la temporada. Jean-Marie y Dom celebran sus cumpleaños con pocos días de diferencia. Los celebramos en un restaurante típico. El domingo en la tarde, después de recorrer el mercado, empezó a nevar y regresamos a casa; tomamos té y encendimos la tercera vela de la corona de adviento. Un poco más tarde, comimos ostras y brindamos con champaña por momentos como éstos, que hacen que uno se regocije de estar vivo.
¡Qué bonito todo! El mercado, tus amigos, las actividades, ahora veo porque diciembre es tu mes favorito!!
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