lunes, 30 de noviembre de 2009

El primer fondue de la temporada

Señal inequívoca de que llegó el frío es que empieza a antojársenos un buen fondue (tendría que decir, una buena fondue, pues en francés esta palabra es femenina). Quien piensa en Suiza, piensa en queso. Así es. Este plato típico de la región montañosa de Gruyères (aunque la región francesa de Saboya también reclama haberlo inventado) se hace con una mezcla de quesos que antiguamente preparaba el quesero y que hoy en día es fácil de encontrar en los supermercados, aunque el mejor siga siendo el que se compra fresco en una quesería “artesanal”. El fondue más popular aquí, llamado moitié-moitié (mitad y mitad) es el que se hace con gruyère y vacherin, que dan al fondue su característica consistencia cremosa. El fondue es una comida completa aquí.; se prepara en un tipo de cazuela de hierro fundido llamada caquelon. En la mesa, para servir, se dispone una gran canasta con el pan cortado en cubos, que cada comensal se sirve en su plato, ensarta en su tenedor y lo sumerge en el caquelon lleno de fondue. En nuestros climas más templados, como el de México, resulta difícil concebir una comida completa a base de queso y pan; sin embargo aquí, pocas cosas hay tan reconfortantes como un fondue después de pasar un rato en el frío exterior. Tradicionalmente el fondue es un plato convival que se toma entre amigos y se acompaña con vino blanco (los hay muy buenos en Suiza, como el chasselas o el fendant) o con té. En casa, durante el invierno, siempre hay un buen pretexto para preparar fondue, y es que a Dom le queda muy bueno. El primer fondue de la temporada se come entre amigos y uno lo espera durante todo el año... el primero de la temporada, que comimos hace unos días, hizo que la espera valiera la pena.






sábado, 21 de noviembre de 2009

Champignons, chanterelles, morilles

chanterelles
Entre las costumbres típicas de esta temporada, algo muy generalizado es preparar platos a base de hongos. En francés, la palabra champignon es genérica para los hongos; sin embargo, dentro de los champignons, existen diversas variedades que se diferencian entre sí por su forma y sabor más o menos pronunciado. Nuestras dos variedades favoritas en casa son las chanterelles, un tipo de seta amarilla en forma de sombrilla, muy carnosa y de sabor delicado (foto superior), con la que se hace un omelette de sueño. Hace unos días, Dom preparó uno con abundantes chanterelles, cebolla y hierbas de olor: cuando llegué a casa y abrí la puerta, de la cocina emanaba un olor maravilloso. Acompañamos el omelette con una copa de vino tinto y una rebanada de pan negro. ¡Suculento! Otro tipo muy popular son las morilles, unos hongos de cabeza alargada y en forma de capuchón (foto inferior) con las que se preparan salsas o sopa y que también pueden agregarse al fondue, el plato suizo más típico. Y, cómo no, cuando comemos hongos no puedo dejar de pensar en las quesadillas de huitlacoche que comíamos en el Desiero de los Leones. Eran una verdadera delicia y solo de recordarlas, se me hace agua la boca… Bon appétit!
morille 1



miércoles, 18 de noviembre de 2009

Alegrías de noviembre


Acabamos de pasar un delicioso fin de semana de tres días con Liz, una amiga muy querida que vino a visitarnos. Ella es mexicana y ahora está viviendo en París, a solo tres horas y media en tren de Ginebra. Cada uno de nuestros reencuentros es como una fiesta. Lo esperamos con impaciencia y saboreamos cada momento que pasamos juntos. Liz, Dom y yo repetimos las actividades que tanto disfrutamos: caminar en el parque, maravillándonos con los colores del otoño; cocinar juntos en casa, abrir una buena botella; pasear por el vecindario viendo escaparates; pasar horas hablando en torno a una humeante tetera y a varias tabletas de chocolate; contarnos nuestros planes; escuchar música; comentar los útimos libros que hemos leído… en fin, que disfrutamos mucho estos tres días. Cuando se vive lejos del lugar donde se ha crecido, a veces se siente una gran nostalgia de los amigos de toda la vida -por fortuna, también hay nuevos amigos que se van volviendo parte de nuestra vida cotidiana en el nuevo país-. Un viejo amigo siempre trae consigo todo lo que con él o ella compartimos; recuerdos de días pasados en otros lugares. Un viejo amigo percibe cómo hemos cambiado y nos hace recordar algo que casi creíamos olvidado: que fuimos otros pero que, gracias a la experiencia, ahora somos una versión mejorada de aquellos. El reencuentro con un viejo amigo vuelve a encender en el alma luces que creíamos que se habían apagado, pero que siguen brillando en nosotros.



Imagen: Hearts- G. Bustamante

lunes, 9 de noviembre de 2009

Der Himmel über Berlin, de Wim Wenders

Traducida al español como “Las alas del deseo”, esta película tardó un par de años en llegar a México desde su estreno en Alemania en 1987. Recuerdo que la vi en 1990, en la Biblioteca México, que estaba a unas cuadras de donde yo vivía por aquel entonces, en la cénrtrica colonia Juárez de la ciudad de México. La copia estaba gastada y tenía subtítulos en inglés, lo que no interfirió para nada en el deleite de los espectadores, pues en cuanto se apagaron las luces, empezó la magia. Considero Der Himmel über Berlin (El cielo sobre Berlín, literalmente) como la obra maestra de Wim Wenders. Las imágenes (la mayor parte de la película es en blanco y negro, hacia el final llega el color), aunadas a una banda sonora atmosférica de gran fuerza, y sobre todo, a un guión realizado en conjunto por Wenders y el escritor austriaco Peter Handke, resultan en una cinta de gran belleza visual y de resonancias universales. Esta escena fue una de las que más me marcó entonces y al volver a verla, me sorprendí porque después de tanto tiempo recordaba nítidamente todo; imágenes y palabras. La historia de los dos ángeles que deambulan por Berlín, escuchando a su paso los monólogos interiores de los habitantes de la urbe como testigos impotentes de sus cavilaciones, tiene como trasfondo el Berlín inmediatamente anterior a la caída del Muro, de la que hoy se conmemoran exactamente 20 años. Una buena razón para volver a ver –o para descubrir- el gran cine de Wim Wenders.

domingo, 8 de noviembre de 2009

A mi generación, que tenía 20 años cuando cayó el Muro de Berlín

Escribo estas líneas a un día de que se conmemore, el 9 de noviembre, el vigésimo aniversario de la caída del Muro de Berlín que, junto con las protestas de la plaza de Tian'anmen, marcaron el año de 1989 y los últimos años del siglo XX.
 
El año de 1989 estará siempre ligado a mi historia personal, pues unos meses atrás mi propia vida se había visto revolucionada, como lo estaba el mundo. Fue una época intensa, con Perestroika como telón de fondo. Cada día pasaba algo. Los tiempos estaban cambiando, como había cantado Dylan años atrás. En 1989, el mundo que conocíamos empezó a transformarse.
Escribo esto para la gente de mi generación (1), que aprendió en la escuela que había dos Alemanias, y que en 1989 le parecía increible lo que acontecía en Berlín. También para contar a lectores más jóvenes (la generación del milenio) cómo nos sentíamos y cómo veíamos el mundo en aquellos años los que habíamos nacido a fines de los años 60 o a principios de los 70.

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Teníamos 20 años cuando vimos caer el Muro de Berlín. Leímos sobre los movimientos milenaristas de año 999 y nos identificamos con aquella gente, pues también a nosotros nos vaticinaron el fin de la Historia y el fin de las ideologías. Temíamos encaminarnos al vacío, aunque también, por momentos, la paz mundial de pronto parecía posible, ya que la Guerra Fría había terminado. Por esa época, Wim Wenders se convirtió para muchos en nuestro “gurú” cinematográfico (2).
Éramos los hermanos menores de los baby-boomers, que en los años 70 habían soñado con cambiar el mundo. El mundo había cambiado gracias a ellos, pero su filosofía parecía no encajar con los nuevos tiempos. Mi generación no podía evitar sentir cierta nostalgia por una época que no había vivido, aunque también sentía anticipación por los cambios que se anunciaban. Mi generación estaba ávida de modernidad. Nos sentíamos fascinados por poder presenciar el fin de un siglo y el inicio de uno nuevo. Sin embargo, pronto nos volvimos una generación entre dos siglos, entre dos milenios, entre dos mundos.
En los últimos años del siglo XX nuestra vida adulta empezaba; no habíamos sido testigos directos de ninguna revolución social ni ideológica, pero estábamos presenciando la formidable revolución tecnológica que era la computadora personal. Había que apresurarse a desentrañar las claves de los nuevos tiempos. Sí, el nuevo siglo traía cosas sorprendentes, que hubieran sido impensables unos cuantos años atrás; milagros tecnológicos que daban la impresión de que todo el saber humano de los últimos 30 000 años había alcanzado una nueva cúspide, como la había alcanzado al inventar la escritura, al crear la democracia, al considerar al ser humano – y no la religión- como el centro de las preocupaciones humanas.
Las promesas del futuro duraron poco: con el nuevo milenio también surgieron los nuevos individualismos, la ruptura social, el abandono de las de utopías, así como el utilitarismo de un nuevo orden mundial que no habíamos imaginado. Los tiempos volvían a cambiar.
Ahora, adultos ya desde hace mucho tiempo, 1989 casi nos parece historia remota por todo lo que hemos vivido y aprendido desde entonces y por lo mucho que ha cambiado el mundo. Siempre me pareció extraordinario escuchar a gente mayor que yo contar eventos sucedidos antes de mi nacimiento. Y como el tiempo no se detiene, hace 20 años estábamos en 1989 y 2009 nos parecía una fecha inimaginable.
¡Con qué rapidez envejece el futuro!
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(1) Al hablar de mi generación, hago alusión a la llamada Generación X, referida a aquellos nacidos en el periodo entre fines de los años 60 y la década de los 70.También se ha definido como las personas que fueron adolescentes en los 80.

Baby-boomers, nacidos en los años 50, tras la Segunda Guerra Mundial.
 
(2) En su excelente película Until The end Of the World (Hasta el fin del mundo), que filmó en 1991 y cuya historia se desarrolla en 1999, Wenders tenía la mirada ya puesta en el mundo de tecnología y contradicciones que estaba por venir. Pidió a los artistas que colaboraron en la banda sonora de la película, que imaginasen la música que se escucharía en un futuro cercano.