domingo, 8 de noviembre de 2009

A mi generación, que tenía 20 años cuando cayó el Muro de Berlín

Escribo estas líneas a un día de que se conmemore, el 9 de noviembre, el vigésimo aniversario de la caída del Muro de Berlín que, junto con las protestas de la plaza de Tian'anmen, marcaron el año de 1989 y los últimos años del siglo XX.
 
El año de 1989 estará siempre ligado a mi historia personal, pues unos meses atrás mi propia vida se había visto revolucionada, como lo estaba el mundo. Fue una época intensa, con Perestroika como telón de fondo. Cada día pasaba algo. Los tiempos estaban cambiando, como había cantado Dylan años atrás. En 1989, el mundo que conocíamos empezó a transformarse.
Escribo esto para la gente de mi generación (1), que aprendió en la escuela que había dos Alemanias, y que en 1989 le parecía increible lo que acontecía en Berlín. También para contar a lectores más jóvenes (la generación del milenio) cómo nos sentíamos y cómo veíamos el mundo en aquellos años los que habíamos nacido a fines de los años 60 o a principios de los 70.

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Teníamos 20 años cuando vimos caer el Muro de Berlín. Leímos sobre los movimientos milenaristas de año 999 y nos identificamos con aquella gente, pues también a nosotros nos vaticinaron el fin de la Historia y el fin de las ideologías. Temíamos encaminarnos al vacío, aunque también, por momentos, la paz mundial de pronto parecía posible, ya que la Guerra Fría había terminado. Por esa época, Wim Wenders se convirtió para muchos en nuestro “gurú” cinematográfico (2).
Éramos los hermanos menores de los baby-boomers, que en los años 70 habían soñado con cambiar el mundo. El mundo había cambiado gracias a ellos, pero su filosofía parecía no encajar con los nuevos tiempos. Mi generación no podía evitar sentir cierta nostalgia por una época que no había vivido, aunque también sentía anticipación por los cambios que se anunciaban. Mi generación estaba ávida de modernidad. Nos sentíamos fascinados por poder presenciar el fin de un siglo y el inicio de uno nuevo. Sin embargo, pronto nos volvimos una generación entre dos siglos, entre dos milenios, entre dos mundos.
En los últimos años del siglo XX nuestra vida adulta empezaba; no habíamos sido testigos directos de ninguna revolución social ni ideológica, pero estábamos presenciando la formidable revolución tecnológica que era la computadora personal. Había que apresurarse a desentrañar las claves de los nuevos tiempos. Sí, el nuevo siglo traía cosas sorprendentes, que hubieran sido impensables unos cuantos años atrás; milagros tecnológicos que daban la impresión de que todo el saber humano de los últimos 30 000 años había alcanzado una nueva cúspide, como la había alcanzado al inventar la escritura, al crear la democracia, al considerar al ser humano – y no la religión- como el centro de las preocupaciones humanas.
Las promesas del futuro duraron poco: con el nuevo milenio también surgieron los nuevos individualismos, la ruptura social, el abandono de las de utopías, así como el utilitarismo de un nuevo orden mundial que no habíamos imaginado. Los tiempos volvían a cambiar.
Ahora, adultos ya desde hace mucho tiempo, 1989 casi nos parece historia remota por todo lo que hemos vivido y aprendido desde entonces y por lo mucho que ha cambiado el mundo. Siempre me pareció extraordinario escuchar a gente mayor que yo contar eventos sucedidos antes de mi nacimiento. Y como el tiempo no se detiene, hace 20 años estábamos en 1989 y 2009 nos parecía una fecha inimaginable.
¡Con qué rapidez envejece el futuro!
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(1) Al hablar de mi generación, hago alusión a la llamada Generación X, referida a aquellos nacidos en el periodo entre fines de los años 60 y la década de los 70.También se ha definido como las personas que fueron adolescentes en los 80.

Baby-boomers, nacidos en los años 50, tras la Segunda Guerra Mundial.
 
(2) En su excelente película Until The end Of the World (Hasta el fin del mundo), que filmó en 1991 y cuya historia se desarrolla en 1999, Wenders tenía la mirada ya puesta en el mundo de tecnología y contradicciones que estaba por venir. Pidió a los artistas que colaboraron en la banda sonora de la película, que imaginasen la música que se escucharía en un futuro cercano.

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