Acabamos de pasar un delicioso fin de semana de tres días con Liz, una amiga muy querida que vino a visitarnos. Ella es mexicana y ahora está viviendo en París, a solo tres horas y media en tren de Ginebra. Cada uno de nuestros reencuentros es como una fiesta. Lo esperamos con impaciencia y saboreamos cada momento que pasamos juntos. Liz, Dom y yo repetimos las actividades que tanto disfrutamos: caminar en el parque, maravillándonos con los colores del otoño; cocinar juntos en casa, abrir una buena botella; pasear por el vecindario viendo escaparates; pasar horas hablando en torno a una humeante tetera y a varias tabletas de chocolate; contarnos nuestros planes; escuchar música; comentar los útimos libros que hemos leído… en fin, que disfrutamos mucho estos tres días. Cuando se vive lejos del lugar donde se ha crecido, a veces se siente una gran nostalgia de los amigos de toda la vida -por fortuna, también hay nuevos amigos que se van volviendo parte de nuestra vida cotidiana en el nuevo país-. Un viejo amigo siempre trae consigo todo lo que con él o ella compartimos; recuerdos de días pasados en otros lugares. Un viejo amigo percibe cómo hemos cambiado y nos hace recordar algo que casi creíamos olvidado: que fuimos otros pero que, gracias a la experiencia, ahora somos una versión mejorada de aquellos. El reencuentro con un viejo amigo vuelve a encender en el alma luces que creíamos que se habían apagado, pero que siguen brillando en nosotros.
Imagen: Hearts- G. Bustamante
¡Que bueno que la pasaste tan bien con tu amiga Liz! Recuerdo que no hace mucho la visitaste a Paris -vi las fotos de los escaparates, y el anuncio del homenaje a Pina Bausch- para visitarla.
ResponderEliminarQué buena memoria, Silvia! Gracias por leerme y por recordar mis cosas. Espero que ya estés mucho mejor; te mando un abrazo muy fuerte.
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