Una de las cosas que más disfruto es recibir amigos en casa. Nunca he sido adepta de fiestas ni de baile; lo que desde siempre he apreciado es la compañía de un pequeño grupo de amigos cercanos con quienes hablar, deshacer y rehacer el mundo, compartir sueños, impresiones de libros, puntos de vista.
Imagen: © Monkey Business/Fotolia.com
A mi departamentito de General Prim (en el corazón de la ciudad de México) en el que viví tantos años, y más tarde, al de la Roma y al de la Condesa, a menudo venían mis amigos. Pasamos veladas inolvidables conversando y escuchando música; lo que teníamos que decirnos no parecía agotarse nunca. Así se forjaron los lazos tan duraderos que siguen uniéndonos.
A mi departamentito de General Prim (en el corazón de la ciudad de México) en el que viví tantos años, y más tarde, al de la Roma y al de la Condesa, a menudo venían mis amigos. Pasamos veladas inolvidables conversando y escuchando música; lo que teníamos que decirnos no parecía agotarse nunca. Así se forjaron los lazos tan duraderos que siguen uniéndonos.
Y qué mejor si este intercambio se hace en torno a una tetera de aromático té, a un buen vinito o, incluso, una buena comida. Comparto la opinión del escritor marroquí Tahar Ben Jelloun, que en su libro Elogio de la amistad escribe: “Nada hay más placentero que una reunión de amigos alrededor de una buena mesa; es la miel de la vida”. ¡Me parece tan cierto! Fue en Quebec donde aprendí que las verdaderas amistades se hacen en la cocina; cocinando entre charla y charla y abriendo la mejor botella de vino antes de pasar a la mesa. Esas veladas en la cocina me hicieron descubrir que los lugares en donde nos sentimos a gusto se prestan mejor a la intimidad y al descubrimiento de otros seres humanos.
Ahora todo es distinto; vivo en otro continente y los amigos de mis veintitantos años ya no están a unas cuadras o estaciones de metro de distancia. Ahora, en la ciudad multicultural que es Ginebra, trato que encontrar terreno en común con cada nueva persona que conozco. Las relaciones aquí me parecen más discretas −¿serán así realmente o será que yo he cambiado y que mi disposición ya no es la misma de antes?− esta cuestión me ronda por la cabeza últimamente−. Aquí los códigos son otros, la contraseña de acceso es distinta. Una cierta timidez mezclada con cortesía domina las relaciones por mucho tiempo, hasta que un día, alguien lo mira a uno con complicidad o le hace una confidencia. Dom y yo tenemos un pequeño círculo de amigos con quienes compartimos un poco de nosotros. Nos gustaría ampliarlo, pero como mencioné, tengo la impresión de que hacer amigos era más fácil a los 25 años que a los 40. Además de por la discreción, la vida social se ve limitada por el espacio (en general, los departamentos son bastante pequeños) y porque después de las 10 P.M no es posible hacer ruido en consideración a los vecinos (que apruebo totalmente y me parece de gran civilidad), un factor que también influye en la duración y en la moderación de los encuentros.
Me gusta que mis amigos se sientan en casa chez moi. Sin mayores formalidades ni preparativos, solo el gusto de encontrase juntos, de disfrutar el momento y la cercania.
sueño con reuniones de ese tipo, espero algún día tenerlas!
ResponderEliminarMe identifico totalmente con lo que dices, me hubiera encantado que hubieramos sido de la misma edad para compartir esas cosas juntas!
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