Se va enero. Llega la nieve. Esta mañana, al despertar y asomarnos por la ventana vimos que había nevado durante la noche y todo se había vuelto blanco. Lo sabíamos incluso sin habernos levantado aún, pues con la nieve todo se vuelve silencioso, los rumores de la calle llegan amortiguados y la ciudad está más callada que nunca.
Aunque me gusta la nieve, no dejo de sentir cierta inquietud cuando llega. Seguramente porque el invierno no forma parte de mi cultura y siempre –aunque lo disfrute tanto- me será ajeno. Aunque estéticamente la nieve es muy atractiva, en la vida cotidiana representa un inconveniente; para salir a la calle hay que ponerse botas especiales, además de vestirse con varias capas de ropa (el secreto para guardar el calor del cuerpo y no pasar frío). Todo se vuelve más lento. Una se pregunta si seguirá nevando todo el día o toda la semana. Habrá que tomar en cuenta el factor nieve para todas las actividades fuera.
Un día de nieve nos da una buena razón para quedarnos en casa, al abrigo y para cocinar algo reconfortante que nos haga sentir bien; "comfort food", como dicen en inglés. Esta mañana, avena caliente con una pizca de canela. Después, una tetera de mi té favorito, y pasaré la mañana leyendo en mi silllón.
En días de invierno como éste, en que del cielo cargado de nieve no dejan de caer copos y que con la temperatura exterior no apetece salir, qué placer quedarse en casa, con una tetera de té calientito, un buen libro, y los pies enfundados en calcetines gruesos.
Que relajante se escucha todo...aquí hubo nieve desde noviembre, se fue, regreso.
ResponderEliminarPor el momento soy feliz al darme cuenta que los días se hacen mas largos