Me basta con introducir un pequeño cambio en mi rutina diaria, como pasar por otra calle en vez de la que tomo siempre, participar en un café filosófico un martes en la noche, visitar una galería de arte, probar una nueva receta de cocina, sentarme unos minutos en una banca del parque y observar los árboles, para que todo me parezca nuevo. La sensación de posibilidad no es permanente; se desvanece, pero vuelve en otro momento y me sorprende siempre, como todo lo efímero. Eso es lo placentero. Hacer pequeñas alteraciones en mis hábitos –que son como un par de zapatos cómodos- me permite experimentar ese sentimiento de novedad y ver el mundo con ojos frescos. Lo mejor de todo es que estos cambios, por ser tan pequeños, están disponibles en cualquier momento, solo tengo que ir a buscarlos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario