Hace unas semanas sucumbí por fin al lector electrónico, un Kindle de Amazon. Había estado dudando si interesarme o no por este nuevo modo de lectura, cuando la ocasión se presentó: una pareja de amigos lo adquirieron recientemente y nos lo mostraron entusiastas. Luego, gracias a ellos conseguí el mío. Me sorprendió su ligereza y su facilidad de utilización, así como lo transportable que resulta (tiene el tamaño de media hoja tamaño carta), ideal para viajar con una buena provisión de libros y ya no tener que elegir 2 o 3 para llevarse de vacaciones, sino llevarse 10, 50 o los que se quiera. El aparato, además de compacto y liviano, se manipula muy fácilmente. Leer en él resulta muy cómodo para la vista, pues la pantalla es opaca y no emite luz, contrariamente a la de una computadora o una tableta, llenas de enlaces y de imágenes o que distraen la atención del texto. El Kindle es un soporte para leer textos y escuchar audiolibros. Para quienes les gusta leer escuchando música, el aparato permite agregar archivos mp3; yo prefiero leer en silencio.
He estado experimentando con las diferentes funciones, todas muy sencillas. El Kindle fue creado para leer textos, no para reproducir imágenes a color ni videos ni navegar por la red. Está diseñado para un lector cuyo sueño es poder llevar consigo su biblioteca a donde quiera. Desde la página de Amazon.com es posible descargar extractos gratis de los libros que a uno le apetece leer, y decidir más tarde comprarlos o no.
Se accede a la tienda Amazon directamente desde el aparato, que cuenta con una conexión internet inalámbrica. Lo que me ha asombrado mucho es la instantaneidad de la cosa: basta pulsar unos cuantos botones para elegir el libro entre los cientos de miles que se encuentran disponibles (por ahora, el 99% en inglés, aunque empiezan a surgir opciones de librerías virtuales en otros idiomas), descargarlo, esperar unos segundos para empezar a leer. No todo es agradable en el Kindle; también me llena un terrible sentimiento de culpa cuando pienso que al utilizarlo fomento la desaparición de mis lugares preferidos: las librerías. Cuestión compleja y ética ésta. Un verdadero dilema ante la inminencia de este nuevo modo de leer libros. Para mí, el libro –el real- no está obsoleto ni lo estará aún durante mucho tiempo. Ni siquiera estoy de acuerdo con llamar “libro electrónico” a un lector electrónico. Eso sí, el atractivo principal del Kindle es que nos ha puesto la borgiana biblioteca de Babel a unos clics de distancia.
Se accede a la tienda Amazon directamente desde el aparato, que cuenta con una conexión internet inalámbrica. Lo que me ha asombrado mucho es la instantaneidad de la cosa: basta pulsar unos cuantos botones para elegir el libro entre los cientos de miles que se encuentran disponibles (por ahora, el 99% en inglés, aunque empiezan a surgir opciones de librerías virtuales en otros idiomas), descargarlo, esperar unos segundos para empezar a leer. No todo es agradable en el Kindle; también me llena un terrible sentimiento de culpa cuando pienso que al utilizarlo fomento la desaparición de mis lugares preferidos: las librerías. Cuestión compleja y ética ésta. Un verdadero dilema ante la inminencia de este nuevo modo de leer libros. Para mí, el libro –el real- no está obsoleto ni lo estará aún durante mucho tiempo. Ni siquiera estoy de acuerdo con llamar “libro electrónico” a un lector electrónico. Eso sí, el atractivo principal del Kindle es que nos ha puesto la borgiana biblioteca de Babel a unos clics de distancia.
No te sientas culpable, disfrútalo!
ResponderEliminar(¿Qué libro lees ahora? Yo acabo de actualizar mi blog con mis nuevas lecturas veraniegas)