Estoy releyendo L’espace prend la forme de mon regard (El espacio adopta la forma de mi mirada), un libro que descubrí hace tiempo gracias a Dom. Es de uno de sus autores preferidos: Hubert Reeves (Montreal, 1932), célebre astrofísico y catedrático quebequés que además de científico, es un gran humanista. Su humanismo es patente en su forma de divulgar la ciencia. Lo he leído en francés; no sé si sus libros estarán traducidos al español, así que he traducido algunos algunos fragmentos del texto que me conmueven. Es un pequeño volumen de apenas 80 páginas; las reflexiones que contiene sobre nuestra vida inserta en la vida del planeta y en la del universo resultan sabias, profundas, y a la vez, asombrosamente sencillas. Es una lectura que me alienta mucho estos días.
El paso del tiempo
Al poner el dedo pulgar sobre la muñeca derecha, siento el latido de mi corazón. Durante un largo momento, me quedo escuchando este ritmo fiel e imperioso que me acompaña desde mi nacimiento y constituye la trama de mi existencia.
A través de la secuencia sin interrupción de los padres y los abuelos que me lo legaron, este latido bajo mi pulgar me conecta directamente con el pasado lejano de la vida terrestre y me inscribe en una historia que dura desde hace cientos de millones de años.
Me inscribo en este momento preciso de la historia del mundo. Durante algunos decenios, portaré la antorcha de la conciencia que existe gracias al latido de mi corazón. Como tantos otros antes, mi latido se extinguirá mientras que otros comenzarán su marcha. Es esa la vertiginosa y formidable aventura de la vida sobre la Tierra.
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El simple hecho de existir nos asombra de la manera más absoluta. Evidencia tan engañosamente sencilla que casi se confunde con el misterio de lo que hay antes del nacimiento y después de la muerte.
Pensamos con toda naturalidad que nuestra vida se inscribe en un intervalo de tiempo, que se cifra en años del calendario, que se inserta en un siglo o entre dos. A pesar de que el calendario es una convención, creemos saber lo que es el tiempo. ¿Existe fuera de nuestros cerebros humanos? ¿sigue transcurriendo cuando ya no estamos aquí?
Más allá de la secuencia tan familiar de las cuatro estaciones, repetida varias veces a lo largo de nuestra vida, se extiende el ámbito completamente incognoscible en el que tantos de nuestros seres queridos ya han entrado.
Las personas mueren, pero la vida, a su manera, sigue su curso tranquilamente. No tendríamos que ver la muerte como una interrupción, sino como un relevo, como la imagen del corredor griego que transmitía la flama del fuego olímpico antes de desplomarse. Nuestra vida es corta pero nuestra especie está constituida para durar. Cada uno de nosotros constituye un eslabón de la cadena.
Hubert Reeves, L'espace prend la forme de mon regard Éditions du Seuil, 1999
¡Qué interesante! Estoy segura que podré conseguirlo en inglés.
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