Una vez al año, cuando llega diciembre y sacamos la caja que contiene los objetos navideños, me parece que, junto con estos objetos queridos, surge también mi infancia. Las decoraciones que ponemos en casa forman parte de nuestra historia, la de Dom y la mía , aquí (los viajes anuales a Estrasburgo y las visitas a los mercados de Navidad en Suiza).
Pero no todo es reciente; aún guardo algunos objetos queridos de Navidades de otro tiempo, que me recuerdan a mamá y a mis tres tías –que fueron como segundas mamás para mí-. Su recuerdo va ligado al de aquellas Navidades tan felices en que aguardaba medianoche para que aparecieran los regalos. Mamá esperaba hasta el 25 en la mañana para abrir los suyos, como se acostumbra en Inglaterra -me enteré años después, viviendo en esta parte del mundo-, no sé de dónde le venía esta costumbre, quizá de sus amigos extranjeros. Nos recuerdo a las dos abriendo los paquetes, la veo aún aspirando la esencia de su perfume preferido, que una de mis tías le regalaba cada año y que se me quedó grabado para siempre en la memoria. Ahora, cuando entro a una tienda y siento flotar en el aire las notas de jasmín y rosas de su perfume, cierro los ojos y, por un momento, la siento conmigo.
Mamá adoraba Navidad y me transmitió su entusiasmo. Ahora, en cuanto llega diciembre, y Dom y yo cumplimos nuestro propio ritual de ir por el árbol el primer fin de semana de diciembre y adornarlo el día 6 (el día de san Nicolás, que los niños en Europa esperan impacientes) escuchando música de Haendel o antiguos cánticos de Noel, vuelvo a ser aquella niña para la que el mes de diciembre, con sus luces, sus paquetes rojos y dorados, sus lecturas navideñas, y sobre todo, la presencia de mamá y de nuestra pequeña familia era LA felicidad.
A mi también me gusta mucho la Navidad, amo las decoraciones y espero ansiosa a pasar otra Navidad con mi familia!
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