Están por todas partes en casa: en la recámara, en la mesa de la sala, en mi escritorio, y por supuesto, llenando los libreros. Dom y yo vivimos rodeados por ellos. La pasión por los libros puede a veces llegar a convertirse en un problema práctico en términos de espacio. Si uno es lector ávido y adquiere libros con frecuencia, a lo largo de su vida irá constituyendo una biblioteca bastante importante. En ciertos momentos resulta necesario deshacernos -no sin pesar- de algunos de algunos de ellos, como me sucedió cuando dejé México para instalarme en Suiza. Solo guardé una tercera parte de mi biblioteca; otros se quedaron en las bibliotecas de nuestra familia y amigos y el resto en una librería de viejo. Recuerdo la camioneta que llegó para llevarse aquellos libros demasiado voluminosos para hacer un viaje trasatlántico. Recuerdo haberme sentido desconsolada de verlos partir, pues muchos de ellos habían estado conmigo por años. Recordé lo que Günter Grass dijo una vez sobre las bibliotecas personales de las que hay que separarse cuando uno se va a vivir a otro lugar: en cada nuevo lugar en que había vivido, el escritor había vuelto a hacerse de una biblioteca totalmente diferente de la que tenía.
Muchos libros de los que dejamos en México fueron llegando gracias a la generosidad de mi amiga Liz y de sus hermanas, que en cada viaje a Europa, nos traían una maleta llena de libros. Al cabo de varios años de vivir aquí, he comprobado cuánta razón tenía Grass, pues nuestra biblioteca se ha enriquecido y ha cambiado de fisonomía, de lenguas, de temas, de autores. Ha ido evolucionando con nosotros
Por la manía que tenemos Dom y yo de comprar más libros de los que podemos leer, estos se van acumulando en espera de unas horas libres que me permitan ponernos al día con las lecturas pendientes. Muchas de ellos tendrán que esperar meses (tal vez un par de años) para que por fin les llegue su turno: London, the biography de Peter Ackroyd (787p) , El hipnotista, de Lars Kepler (611p) o The shock doctrine de Naomi Klein (576p). Aunque me cueste aceptarlo, unos cuantos -una pequeñísima minoría- no los leeré probablemente nunca. Son libros cuya adquisición obedeció a un interés momentáneo, olvidado ya. En cambio, algunos otros, empiezo a leerlos en la librería y luego, ávidamente, en el tranvía, de camino a casa. Ya bien instalada en mi sillón, sigo leyendo hasta terminar (a veces hasta ya entrada la madrugada).
Entre todos los libros que viven con nosotros, hay algunos que pertenecieron a mamá, como El cuarteto de Alejandría, de Lawrence Durrel, que leo en pequeñas dosis y de vez en cuando, para prolongar la lectura de un libro que para ella era apasionante.
¡
Están también los libros de referencia (diccionarios monolingües, bilingües, de uso, combinatorios o visuales) y otros “inseparables” que han estado conmigo durante años; que han atravesado épocas y lugares y a los que vuelvo a menudo: Cartas a mujeres y Un cuarto propio, de Virginia Woolf, las novelas de Carson McCullers, , los ensayos y las novelas de George Orwell, la poesía de Adrienne Rich, Le deuxième sexe, de Simone Beauvoir, El encanto de la vida simple, de Sarah Ban Breathnach, las Crónicas del Plateau Mont-Royal, del quebequés Michel Tremblay y un largo etcétera. Más recientemente, los ensayos de Alain de Botton algunas novelas de Haruki Murakami y “Millenium”, de Stieg Larsson se han sumado a estos “inseparables”
Útimemente, también me he vuelto entusiasta de los libros de cocina. Me encanta el diseño y las fotos de algunas ediciones, como ésta, que solo con ver las portada, dans ganas de abrir el libro.
Ayer me di una vuelta por el Salón del libro de Ginebra. Mis adquisiciones: Pratique du dessin de Camille Rouy, Eating for England, de Nigel Slater (ensayo sobre las costumbres de los británicos en materia de gastronomía) y txtng, the gr8 db8, del lingüista británico David Crystal (un ensayo sobre cómo el el fenómeno de los sms afecta la sintaxis de los idiomas).
¡Larga vida al libro impreso!
Es completamente cierto!!! Yo sé que ahora que vaya a México sólo podré traerme unos cuantos, y me angustia el tomar la decisión.
ResponderEliminarSin embargo, la pequeña biblioteca que he ido formando aquí, por nada se asemeja a la que tengo en Puebla, pero ambas me encantan de igual forma
ahhhhh también amo los libros de cocina, y de hecho, si no tienen fotos, por más buenos que sean, no me interesan! ajjajajaj
ResponderEliminarQué bueno que podrás recuperar una parte de tu biblioteca; nada se compara con la alegría de reencontrar tus libros preferidos después de un tiempo; reconocerlos, hojearlos de nuevo, releer tus pasajes preferidos...
ResponderEliminar