domingo, 14 de febrero de 2010

Soy del lugar en el que tengo amigos

Domingo, 3 de la tarde. Llaman a la puerta y es nuestra amiga Esther, una suiza alemana que conocemos desde hace poco pero de quien nos sentimos cercanos últimamente no solo porque vivimos en edificios contiguos. Como es día de san Valentín, pensó en nosotros –nos dice – y nos trae en un lindo paquete rojo, un par de macarons de chocolate en forma de corazón. El detalle nos conmueve por muchas razones: porque no es común aquí que alguien pase a casa de uno sin avisar, así que esta visita espontánea nos iluminó el día; también por lo gratificante que resulta saber que otros aprecian nuestra compañía y la buscan; por sentir que se van forjando vínculos con alguien que hace poco entró en nuestra vida y que empieza a formar parte de nuestras afinidades electivas, así como nosotros de las suyas. Siempre he tenido la impresión de que no podemos decir que pertenecemos a un lugar mientras no tengamos en él algún amigo. Desde hace ya un tiempo que por fin puedo decir que pertenezco a esta ciudad, pues aquí también viven personas a las que puedo llamar amigos.


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