miércoles, 21 de mayo de 2014

La democracia directa suiza

Los días pasados, las calles de Ginebra y de todas las ciudades y localidades suizas se llenaron de carteles de diferentes partidos políticos, señal de que pronto habría votaciones populares.
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La democracia directa (voto directo) es una institución de gran tradición helvética y uno de los mejores mecanismos que se han inventado para garantizar que la sociedad sea efectivamente democrática. Cada tres meses se consulta a los ciudadadanos su opinión sobre varias cuestiones y a través de este voto directo la ciudadanía decide. Las leyes se adoptan o no según los resultados de la votación.

El 18 de mayo pasado, la población votó por la posible compra de una flota de aviones militares, y sobre la institución de un salario mínimo (que ha sido objeto de gran debate últimamente), entre otras cuestiones. 
Algunas de las cuestiones, o "iniciativas" por las que los suizos han votado en el pasado incluyen la entrada de Suiza en la ONU, en la Unión Europea (ganó el no), la moratoria para las armas nucleares, las uniones homosexuales, la apertura de las tiendas los domingos (hasta ahora no se ha aceptado), y muchas otras. Pueden ser asuntos internos (cantonales), o de alcance nacional (federales).
 Lo que más me impresionó al llegar a este país es lo arraigada que está la práctica de la democracia directa en las conciencias de los suizos; se podría decir que es el fundamento mismo de esta sociedad. 

Tampoco dejará de sorprenderme que cada cuidadano recibe por correo, además de la boleta de voto, un paquete con información detallada sobre las cuestiones por las que se vota, así como la opinión y las recomendaciones de cada partido sobre cada una. Se incluye a todos los partidos, grandes o pequeños, de todo el espectro político, así como las recomendaciones del Consejo Federal, es decir, del gobierno. 
Todo esto con el fin de que la gente vote con pleno conocimiento de lo que está votando. 
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¿Y quién decide las cuestiones que se consultan? El Gobierno o los ciudadanos. Sí, cualquier ciudadano suizo tiene derecho a proponer a votación popular una iniciativa para introducir o moidificar una ley a escala cantonal o federal. Para ello, debe reunir un número suficiente (100 000) de firmas.
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Tal vez esta práctica solo sea posible en un país de poca población, como es Suiza, que tiene 8 millones de habitantes. O quizá no. Tal vez podrían adoptarla otras muchas  sociedades para garantizar  que la población pueda expresar su opinión sobre asuntos importantes y evitar que se tomen decisiones vitales, que la afectan directamente, sin tomarla en cuenta. 

Cada tres meses, cuando llega a casa el "kit" de votación, sigo sorprendiéndome y confirmo mi admiración por el espíritu democrático suizo; un valor fundamental que se comprueba en la vida de todos los días. 
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sábado, 3 de mayo de 2014

Leer ciudades: Londres

Hace una semana que volvimos de Londres y apenas ahora puedo sentarme a escribir sobre nuestro periplo. Es un viaje que iremos digiriendo poco a poco por las muchas impresiones que recibimos.
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Londres es una ciudad inagotable, inabarcable. Harían falta años enteros para descubrirla. Cada vez que volvemos descubrimos algo nuevo. Esta vez nos alojamos muy cerca de Bloosmbury, el barrio en el que la primera mitad del siglo XX, residieron escritores, artistas, filósofos e intelectuales como el Grupo de Bloomsbury (Virginia y Leonard Woolf, la hermana de Virginia, Vanessa, E.M. Forster, Lytton Strachey.), sobre el que escribiré en una próxima entrega.
Londres se abre ante el viajero como un gran libro de historia, como un mapa no solo geográfico, sino temporal, en el que coexisten capas sucesivas y en el que el pasado es parte inseparable del presente. Una ciudad en donde dos edificios contiguos pueden distar entre sí por siglos; donde los personajes que la han habitado a lo largo de los siglos parecen seguir presentes. Por todas partes, en elegantes casonas victorianas o en los típicos edificios de ladrillos rojos, hay placas que indican que ahí vivió o trabajó Shakespeare, Dickens, Mozart, Canaletto… o, más recientemente, Engels, Marx, Darwin, Orwell, Ted Hughes, Sylvia Plath, Paul McCartney o Doris Lessing.
Mi atracción por Londres data de mi infancia. Mamá lo visitó en los años 70 y recuerdo que durante años me contó sobre los lugares que había visitado y que le habían encantado, como el Museo Británico y la Torre de Londres, en la que había asistido a la ceremonia de las llaves, que la había impresionado. Me contaba también sobre Isabel I –una de las mujeres más poderosas de la historia−y su imperio en el que no se ponía el sol; sobre su padre, el abominable Enrique VIII; sobre personajes de ficción que casi se han vuelto reales, como Sherlock Holmes, cuya casa en Baker Street se puede visitar. Todas estas historias alimentaron mi imaginario infantil. Cuando por primera vez fui a Londres, con mamá, en los años 80 (¡hace 30 años!), lo que me interesaba sobre todo era el rock inglés, grupos como The Smiths, que marcaron profundamente mi adolescencia y primera juventud.
Recuerdo aún la impresión que me llevé entonces con esos templos de la música que eran HMV (Her Majesty Voice, famosa y enorme tienda de discos) de Oxford Street y el impresionante Tower Records, en Pickadilly Circus, que en sus cuatro pisos concentraba para mí el paraíso y en el que pasé horas en aquel primer viaje. Descubro con amargura que ya no existe. En su lugar hay un almacén caro de ropa de moda.
Londres nos recibió con cielo nublado y aire fresco. De Gatwick tomamos el tren a Victoria Station y de ahí un breve trayecto en metro (o tube, como lo llaman los londinenses) hacia Euston, para instalarnos en el hotel. Era sábado en la mañana y en cuanto dejamos nuestro equipaje en la habitación, nos dirigimos a Camden Town, famoso mercado (en realidad, son varios) de fin de semana que teníamos muchas ganas de conocer. Camden es una referencia cultural y literaria de la vida londinense: aparece tanto en las obras de Dickens como en canciones de rock. 


 
En Camden se dan cita toda clase de personas, de todas edades, aspectos y estilos. Si la excentricidad tiene algún origen, seguro que nació en Londres. En el mercado de Camden se encuentra a la venta la mayor concentración de ropa vintage y retro de Europa. Ropa y parafernalia de todas tendencias: rockabilly, goth, punk. Me llamó la atención que cuarenta y tantos años después de su auge, el punk sigue presente en esta parte de la ciudad. También se encuentran locales de comida étnica, objetos de segunda mano, antigüedades y un sinfín de objetos imaginables y originales. Todo ello entre artistas callejeros y pubs en los que el viajero aprecia detenerse a tomar un pinta de cerveza mientras contempla el bullicio del mundo, que parece reunido en las antiguas estructuras del mercado.
 
   
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Pensé en lo que mucho que habría disfrutado Camden la adolescente que fui alguna vez y para ella compré una camiseta de The Smiths y varios “pins” de grupos de rock como los que usé durante muchos años. A la adulta en que se convirtió esa adolescente, Camden la hizo viajar al pasado y volver a sentir el entusiasmo de entonces.


Pasamos un día magnífico. Al caer la tarde, nos encaminamos a la ribera sur del Támesis para subir al London Eye, esa gran rueda panorámica construida al final del milenio pasado, desde donde contemplamos unas vistas sublimes del atardecer londinense.


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