miércoles, 26 de mayo de 2010

La fiesta de los vecinos

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Cada año, el último martes de mayo se celebra en Suiza y en varios países europeos la Fiesta de los Vecinos. Se creó en 2004 como una iniciativa para promover e contacto entre las personas que viven en un mismo edificio y que solo se cruzan en el corredor, en la entrada o en el elevador de vez en cuando y se intercambian, eso sí, un educado “buenos días”.

A mí, que vengo de una sociedad en el que el contacto entre la gente es frecuente y espontáneo -en México en un dos por tres se improvisa algo; una comida o una reunión-,me resultó sorprendente enterarme de esta reciente tradición y participar en ella. En mayo de 2009, ocho millones de europeos convivieron (verbo imposible de traducir con precisión al francés o al inglés; e ignoro si a otras lenguas) con sus vecinos en 30 países durante la velada europea de los vecinos. Esa fue la primera a la que asistimos Dom y yo desde que estamos en Suiza y ahí hicimos dos nuevas amigas.

Todo se organiza con antelación: a cada quien le toca llevar algo; un platillo, una ensalada, una botella de vino, queso, etc. Esto es un poco exótico aquí, y es una excepción, pues las reuniones en las que cada invitado debe llevar un platillo son prácticamente desconocidas acá (tal vez se las considera demasiado informales) y se llaman “buffet canadien”; ignoro la razón; tal vez sea porque en todo el continente americano acostumbramos este tipo de reuniones. La fiesta de los vecinos es una velada en la que se convive con personas que uno apenas conoce que durante unas horas nos permiten entrar un poco en sus vidas, -las que el resto del tiempo permanecen en la más aboluta discreción-.

Ayer fue la fiesta en la entrada de nuestro edificio (y en toda Europa); esta vez, Dom y yo solo nos quedamos un ratito, pues cuando regresamos a casa ya era tarde y estábamos cansados. Aún así, la pasamos a gusto.

Después de casi siete años, sigo descubrendo este país donde vivo.



lunes, 10 de mayo de 2010

Haikús para Cris, Nina, Ticho y Nena

cérisier La vida sigue

te extraño cada día

-no sólo en mayo

                                                           No te habías ido;

                                               todo había sido un sueño

                                                     -pensé entre sueños

Y para siempre

fijas tú y yo en la foto

de un abrazo eterno

                                                ¿Te acuerdas, en Venecia

                                                         comimos un helado

                                                       en vez de almuerzo?

¿Y qué recuerdo?

Todo –o casi todo

Temo tanto al olvido

domingo, 2 de mayo de 2010

Vivir entre libros

Están por todas partes en casa: en la recámara, en la mesa de la sala, en mi escritorio, y por supuesto, llenando los libreros. Dom y yo vivimos rodeados por ellos. La pasión por los libroentre libross puede a veces llegar a convertirse en un problema práctico en términos de espacio. Si uno es lector ávido y adquiere libros con frecuencia, a lo largo de su vida irá constituyendo una biblioteca bastante importante. En ciertos momentos resulta necesario deshacernos -no sin pesar- de algunos de algunos de ellos, como me sucedió cuando dejé México para instalarme en Suiza. Solo guardé una tercera parte de mi biblioteca; otros se quedaron en las bibliotecas de nuestra familia y amigos y el resto en una librería de viejo. Recuerdo la camioneta que llegó para llevarse aquellos libros demasiado voluminosos para hacer un viaje trasatlántico. Recuerdo haberme sentido desconsolada de verlos partir, pues muchos de ellos habían estado conmigo por años. Recordé lo que Günter Grass dijo una vez sobre las bibliotecas personales de las que hay que separarse cuando uno se va a vivir a otro lugar: en cada nuevo lugar en que había vivido, el escritor había vuelto a hacerse de una biblioteca totalmente diferente de la que tenía.

Muchos libros de los que dejamos en México fueron llegando gracias a la generosidad de mi amiga Liz y de sus hermanas, que en cada viaje a Europa, nos traían una maleta llena de libros. Al cabo de varios años de vivir aquí, he comprobado cuánta razón tenía Grass, pues nuestra biblioteca se ha enriquecido y ha cambiado de fisonomía, de lenguas, de temas, de autores. Ha ido evolucionando con nosotros

Por la manía que tenemos Dom y yo de comprar más libros de los que podemos leer, estos se van acumulando en espera de unas horas libres que me permitan ponernos al día con las lecturas pendientes. Muchas de ellos tendrán que esperar meses (tal vez un par de años) para que por fin les llegue su turno: London, the biography de Peter Ackroyd (787p) , El hipnotista, de Lars Kepler (611p) o The shock doctrine de Naomi Klein (576p). Aunque me cueste aceptarlo, unos cuantos -una pequeñísima minoría- no los leeré probablemente nunca. Son libros cuya adquisición obedeció a un interés momentáneo, olvidado ya. En cambio, algunos otros, empiezo a leerlos en la librería y luego, ávidamente, en el tranvía, de camino a casa. Ya bien instalada en mi sillón, sigo leyendo hasta terminar (a veces hasta ya entrada la madrugada).

Entre todos los libros que viven con nosotros, hay algunos que pertenecieron a mamá, como El cuarteto de Alejandría, de Lawrence Durrel, que leo en pequeñas dosis y de vez en cuando, para prolongar la lectura de un libro que para ella era apasionante.

Vivre parmi les les livres

¡Hay incluso libros que hablan sobre cómo vivir entre libros! (ver foto)

Están también los libros de referencia (diccionarios monolingües, bilingües, de uso, combinatorios o visuales) y otros “inseparables” que han estado conmigo durante años; que han atravesado épocas y lugares y a los que vuelvo a menudo: Cartas a mujeres y Un cuarto propio, de Virginia Woolf, las novelas de Carson McCullers, , los ensayos y las novelas de George Orwell, la poesía de Adrienne Rich, Le deuxième sexe, de Simone Beauvoir, El encanto de la vida simple, de Sarah Ban Breathnach, las Crónicas del Plateau Mont-Royal, del quebequés Michel Tremblay y un largo etcétera. Más recientemente, los ensayos de Alain de Botton algunas novelas de Haruki Murakami y “Millenium”, de Stieg Larsson se han sumado a estos “inseparables”

Útimemente, también me he vuelto entusiasta de los libros de cocina. Me encanta el diseño y las fotos de algunas ediciones, como ésta, que solo con ver las portada, dans ganas de abrir el libro.

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Ayer me di una vuelta por el Salón del libro de Ginebra. Mis adquisiciones: Pratique du dessin de Camille Rouy, Eating for England, de Nigel Slater (ensayo sobre las costumbres de los británicos en materia de gastronomía) y txtng, the gr8 db8, del lingüista británico David Crystal (un ensayo sobre cómo el el fenómeno de los sms afecta la sintaxis de los idiomas).


¡Larga vida al libro impreso!