Hay personas que admiramos, que nunca nos cansaríamos de escuchar, sobre las que nunca nos cansaríamos de escribir. Para mí, Joan Baez constituye un ejemplo de ser humano admirable –no simplemente de artista- por haber puesto su voz y su persona al servicio de aquellos sin voz, del activismo y de la no violencia.
En 2008, la primera vez que la ví en escena, en el festival de Montreux me había conmovido su voz, su presencia, y el hecho de haber realizado uno de mis sueños de toda la vida. Añoche, tres años después, asistimos por segunda vez concierto de Joan, esta vez la cita fue en Annecy, Francia, a unos 30 km de Ginebra. El concierto, parte de su gira por Francia, que culminará en París el proximo 12 de octubre, fue mejor en muchos aspectos que el de Montreux.
A sus 70, ¡sí, 70! años (que cumplió en enero de este año), Joan Baez sigue llena de energía vital, y de mensajes importantes que comunicar. Su voz ha adquirido nuevos matices, y si bien ha dejado de tener la pureza cristalina y la poderosa amplitud que tuvo hasta hace unos diez años –como escribí a propósito del concierto en Montreux-, su textura ha cambiado y su es ahora más profunda y, de algún modo, más entrañable.
Joan estuvo en Washington el 28 de agosto de 1963, cuando Martin Luther King pronunció su "I have a dream ...", bajo las bombas de los estadounidenses B-52 en Hanoi, en 1972, en la televisión bajo la dictadura franquista español para interpretar "No Pasarán", en Gdansk Solidaridad en 1980, junto con Vaclav Havel en Bratislava, en 1989, o cantando "Amazing Grace" bajo el fuego en Sarajevo.
Pero no, a pesar de haber formado parte de la historia del siglo XX, Joan Baez no es de ningún modo una leyenda del pasado. Pertenece al presente. A través de los años ha seguido apoyando nuevas causas e incorporando nuevo material de jóvenes compositores “que hablan de la época en que vivimos”, dice Joan. Aunque el activismo político de sus juventud ha dejado de ser radical, Joan sigue fiel a causas como la no violencia y sigue mostrando su oposición a la pena de muerte.
Con su guitarra al hombro y acompañada por Dirk Powell en el violín, la mandolina y, en un par de canciones, en el piano, deleitó a un público entusiasta y demostrativo, en su mayoría de cincuenta y tantos o sesenta y tantos años; baby-boomers, compañeros de generación de esta neoyorkina que desde muy joven, no ha dejado de cantar, de escribir y de estar en donde se ha cometido alguna injusticia, promoviendo el cambio.
En este concierto, Joan visitó sobre todo su repertorio folk de los 60 y 70, como las clásicas “Lily of the West”, “Don’t think twice, it’s alright” ,“Joe Hill” o “Suzanne”, algunas de las más recientes, como “I love you the way you are” o “Jerusalem”, además de un par de canciones en francés, como "Le partisan" y "Parachutiste". Canciones interpretadas con entrega y modestia que tocaron algo profundo en los que escuchábamos. La calidez de su canto es reconfortante; es como un abrazo que infunde esperanza.
Dedicó sus últimas dos canciones a Troy Davis, recientemente ejecutado en Georgia (Estados Unidos), en cuya memoria ínterpretó “Imagine”, y “Here’s to you". Ambas canciones, -una de utopía, otra de desazón- nos arrancaron alguna lágrima a los 3000 seres humanos que estuvimos anoche en esa sala de conciertos con Joan Baez, ícono de una, de muchas generaciones.
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En este video pueden ver a Joan como la escuchamos en Annecy.